Hay momentos en la vida en los que sentimos que necesitamos volver a empezar.
No desde cero, sino desde un punto distinto: con más años, más miedos… pero también con más conciencia. Muchos adultos llegan al tatami con esa sensación. Algunos lo hacen buscando ponerse en forma, otros buscando disciplina o una filosofía que les ayude a reencontrarse con ellos mismos.
Sea cual sea el motivo, dar el paso de entrar a un dojo por primera vez como adulto requiere coraje. Y ese primer saludo, esa primera caída, será el inicio de un camino que puede cambiarte más de lo que imaginas.
Volver a empezar: el valor de probar algo nuevo como adulto
Cuando eres adulto, empezar algo desde cero tiene un sabor especial. Ya no eres el niño que aprende sin miedo al error: ahora te acompaña la vergüenza, la comparación, la duda.
Pero el judo —como buen maestro— no te exige perfección, sino presencia. Te enseña a escuchar, a respetar, a ceder.
Por eso, cada vez más adultos descubren que el judo no es solo un deporte, sino una práctica que les ayuda a reconectar con su cuerpo, con su mente y con su capacidad de aprender.
Derribando el mito de “soy demasiado mayor”
No hay edad para empezar judo. Esa es mi opinión. Punto.
Lo importante no es la elasticidad ni la fuerza, sino la actitud. Muchos dojos acogen grupos mixtos donde principiantes de todas las edades aprenden juntos. Al principio te sentirás fuera de lugar —como todos—, pero en cuanto des tu primer saludo, el respeto compartido iguala a todos los cinturones.
Qué esperar en tu primera clase de judo
El Dojo (sala de práctica) es un espacio de calma y respeto.
Verás a todos saludar al entrar, ajustar su judogi (uniforme blanco) y prepararse en silencio. No hay gritos ni prisas: hay atención. Ese ambiente te contagiará incluso antes de comenzar.
El saludo inicial
Todo empieza con un saludo, rei, símbolo de respeto hacia tus compañeros, tu maestro y ti mismo. Es un gesto sencillo, pero profundo. Desde ese momento, dejas atrás el mundo exterior para centrarte en el tatami. Con el tiempo verás que lo vas a interiorizar.
Calentamiento y primeros movimientos
Las primeras clases suelen enfocarse en la coordinación y las caídas (ukemi). Aprenderás a caer sin hacerte daño, a rodar, a moverte en el suelo. Puede parecer básico, pero dominar las caídas es la base de todo judoka: te enseña que incluso cuando caes, puedes levantarte.
El ritmo del entrenamiento
No te preocupes si te sientes perdido. Nadie espera que entiendas todo el primer día. El maestro (sensei) sabrá adaptar la clase a tu nivel y, si el grupo es grande, algún compañero avanzado te echará una mano. Esa ayuda mutua —jita kyoei— es uno de los pilares del judo.
Cómo prepararte (física y mentalmente)
Qué llevar a tu primera clase
No necesitas mucho: ropa deportiva cómoda, uñas cortas, pies limpios y una botella de agua. Más adelante podrás comprar tu propio judogi, pero al principio basta con presentarte con ganas y respeto.
Expectativas realistas
No esperes dominar una técnica ni entenderlo todo. El judo es un arte que se aprende con el cuerpo y el tiempo. Lo importante no es cuánto haces, sino cómo lo haces: con humildad, con atención, sin forzar.
Cómo escuchar a tu cuerpo
Tu cuerpo te hablará. Te dirá que estás tenso, que te duele el cuello, que has perdido movilidad. No lo ignores, pero tampoco te frenes. Aprende a moverte con consciencia, a respirar y a disfrutar del proceso. El tatami no es un campo de batalla, es un espejo: te devuelve exactamente cómo estás por dentro.
Esta es una parte muy importante para evitar lesiones en Judo. Recuerda, el Judo no tiene edad, pero quizás ya no tengas 18 años.
Lo que realmente te llevarás de esa primera clase
No será una medalla ni un cinturón nuevo.
Será la sensación de haber hecho algo que te saca de tu zona de confort, de haber recuperado una parte de ti que hacía tiempo no se movía.
Cada vez que acabes las clases, notarás una sensación de satisfacción, de trabajo bien hecho, de plenitud. Y sobre todo, de ganas de volver a la siguiente clase.
Superar la vergüenza y el miedo al «ridículo»
Todos tropiezan, todos se equivocan. El dojo es uno de los pocos lugares donde caer está permitido, e incluso celebrado, porque cada caída te acerca un poco más a comprender el camino.
El respeto como primer gran aprendizaje
En el judo, el respeto no se enseña con palabras, sino con gestos: saludar antes de practicar, ayudar a levantar al compañero, agradecer después del combate. Ese respeto, tan natural en el tatami, poco a poco se traslada a la vida cotidiana.
La satisfacción de dar el primer paso
El primer día siempre es el más difícil. Pero también el más importante. Porque después de esa clase, ya no eres alguien que “piensa en empezar judo”, sino alguien que ya ha empezado.
El comienzo de un camino
Quizás salgas del Dojo con agujetas, el cabello despeinado y la sensación de haber hecho el «ridículo» más de una vez. Pero también con una sonrisa. Porque ese primer día marca el inicio de algo más profundo: un camino donde aprenderás a caer, a levantarte y a conocerte mejor.
Y cuando algún día veas llegar a otro adulto nervioso a su primera clase… recordarás que tú también empezaste así. Y sonreirás, sabiendo que acaba de dar el paso más importante.
Si quieres seguir preparándote, te recomiendo leer este artículo: 5 consejos para empezar Judo